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En una calle de Paris

Caminando en una calle de Paris
levanto la mirada y al fondo
veo la torre Ifel, que se yergue, se levanta
arrogante, segura y altiva.

Parece una diva conservada en el tiempo,
en su parte baja se ve la figura que reflejan
unas caderas muy bien definidas.

En la parte más alta
como si se tratara de un torso
torneado con manos de seda,
a la usanza de la época.
Una verdadera obra de arte.

Miro a los lados, caminando hacia mí
viene en el lado derecho un coche
tirado por cuatro caballos blancos,
de patas anchas, pisadas seguras y fuertes.

El coche transportaba, unas damiselas
que parecían arreglos de flores.
Sus cabezas estaban tocadas por sombreros
de piel, cuidadosamente esculpidos.

El cochero bien abrigado. Había llegado el invierno.

Al resoplar de los caballos y la respiración del cochero
se veía claramente un humo blanco salir de sus narices,
el calor desde dentro de su cuerpo.

Los policías tocados con gorras de metal, color gris plomizo
cubiertos con un abrigo de lana que arropa todo su cuerpo,
bien abotonados, de arriba abajo,
y sus manos con guantes negros de ceda
colocadas en los bolsillos.

Miro a la izquierda, se ven las parejas con sus manos
entrelazadas, como si intentaran darse calor,
fuente permanente para mantener la llama del amor encendida.

Otros se acariciaban, se besaban
se contorneaban cual molino en movimiento
para dar energía a ese cuerpo
que lo pide sin pronunciar palabras.

Había llovido a media tarde-noche, la acera
desgastada por el paso del tiempo
estaba húmeda, resbaladiza, casi caigo
en el piso, perdí el equilibrio.

Los árboles con sus hojas maduras, amarillas lucían
tristes, caían unas tras otra el viento las empujaban
provocando así un paisaje sin igual en el torno, como si
una mano maestra estuviera dibujando todo aquello.

A los lados se ven los edificios de color marrón
y grises reflejando el paso de los años.

Ah…….Estoy un poco cansado, he caminado
mucho para saciar mi sed, no he tomado agua
en todo el día, siento un leve dolor en los pies.

Son las 6:30 de la tarde, tengo un poco de hambre.
A esta hora comienzan a llegar los bohemios a los
Bares, como si fuera por invitación.

Las luces de las calles comienzan a encenderse como por
arte de magia.
Por un momento me quede paralizado,
al ver todo aquello.

Esos bares con cristales transparentes,
con toldos de colores no claramente definidos
por el paso del tiempo. Entonces, es cuando me
detengo a ver los abrigos colgados a la entrada
como si cada uno tuviera un espacio
reservado para la ocasión.

Las damas exhibiendo sus trajes negros
de maîtres couturiers conocidos,
con hojuelas de colores, bueno, a la distancia
y con el reflejo de las luces parecían estar
adornados con brillantes.

Las muñecas de sus manos tocadas con prendas de Oro,
que relumbran cuando las movían, ese metal extraído
de las entrañas de la tierra, se convierte en adorno
de otras prendas soporte natural de la belleza humana

Ver los caballeros altos, de pelo lacio,
de fina estampa, con sus bufandas al alrededor del cuello
le daba prestancia y el garbo propio a esa sociedad parisina.

Entre la algarabía, el frío y el humo se observaba un ambiente
de alta sociedad. Hablaban con voz baja, mostrando
sus mejores modales apegados al protocolo propio de esa clase.

Los cristales se obscurecieron un poco por el frío,
Segundos después Saque mi pañuelo blanco del bolsillo
trasero derecho, de mi pantalón de dril blanco, un poco
raído por el paso del tiempo, pero aun me
acompañaba sin percatarse en ningún momento
de lo que estaba pasando.

Pareciera que había hecho un hueco en el cristal,
un círculo que doblaba el tamaño de mi cara.
Ah…que bueno, poder seguir viendo aquella reunión
sin ser convocada previamente.

Estaba en presencia del mayor espectáculo visual
que mis ojos habían visto, una degustación, de filete miñón,
estrogonov, fino champán.

Alcanzo a ver en una de las mesas una botella de
Saint Emilion, ya descorchada, lista para ser servida.

El Sommelier sirve a una dama levantando bien alto
la botella con su mano derecha, como si estuviera escanciando la vida,
que largo es el chorro, cae en la copa sin rebosarse,
sus bordes reflejan la alegría de aquel momento sin igual,
solo se produce cuando desde una botella se vierte su
contenido en su centro.

Y…… dice la copa, algún día besare esa boca tan chica,
para probar tu dulzor de más cerca.

La ternura en la mirada de aquella mujer, al ser servida
hacia sentir su satisfacción plena de ese momento mágico.
Levanta la copa con su mano izquierda
junto a su pareja, y ella dice; mes felicitations mon amour,
se escucho en voz muy baja casi imperceptible.

Ah…..Paris, la noche con sus luces,
sus coches, sus caballos blancos de
patas anchas, sus mujeres, el invierno,
bordeado por el Sena dormilón, seguro y sereno.

Paris,
acaricia las noches iluminadas.